viernes, 5 de junio de 2015

Este es un diario íntimo que podría convertirse en un arma de muerte

Por: Abraham Torres

Como cada viernes les comparto un extracto del libro "autocensura", la bitácora de vida de un reportero, su nombre: Saulo. 

Es fin de semana, gracias a Dios o, mejor dicho, fin de semana a secas: a ver qué nos depara el destino (con la ayuda del mero “Jefe” que está en los cielos, claro está).

Pensaba que a estas alturas ya podría salir a tomar unos tragos en algún bar, de esos que abundan en la ciudad. No es así. Todavía no me siento con la suficiente confianza de circular por las calles de San Sebastián durante las noches. ¿Que cuál es la razón? Si respondiera de inmediato diría que es la ola de violencia que sigue acechando a este municipio.

Tan sólo ayer por la tarde, a plena luz del día, ejecutaron a cuatro elementos de la Gendarmería. Fueron más de treinta casquillos percutidos los encontrados en el lugar. Todos de “cuernos de chivo”. Y a ésa, hay que agregarle una más: fue en la esquina de donde vivo o, más bien, de donde vivía, porque sirva de paso decir que los infelices encargados del hotel me cambiaron a otro de la misma empresa, “que porque ya tenían todas las habitaciones rentadas para este fin de semana desde hace mucho...” ¡Puras patrañas! Y yo que pensaba que por las tardes era más fácil y tranquila la vida aquí... Me equivoqué, y tremendamente.

Es un desacierto que no se me va a olvidar.

Elementos ejecutados por los narcotraficantes.

He ido comprobando que para los “narcos” no hay tiempo ni espacio; no hay nada... No tienen reglas, sólo una encomienda que deben cumplir a la hora que sea, en el lugar que sea: aniquilar a sus objetivos.
Lo que más impacta es la forma tan precisa, callada y minuciosa en la que llevan a cabo las ejecuciones. Nunca pensé que estaría escribiendo sobre esto, sobre lo que he visto y sentido en torno a este tema.

Ellos, aunque duela decirlo, son los “amos y señores” de San Sebastián. Entre ellos se matan; entre ellos se pelean y se disputan el poder. No hay mayor autoridad que “los que no tienen nombre”. Nosotros, los que no tenemos nada que ver en sus asuntos y que sólo somos observadores, no deseamos que en algún tiroteo nos toque alguna bala perdida que acabe con nuestras vidas.

Aquí no existe otra ley más que la de no otear a nadie mientras manejas, no presionar el claxon cuando los carros te hacen una mala jugada. Tampoco hay que hablar de temas censurados en los lugares públicos y cerrados. Y, lo peor de todo, lo que más me duele, es la ley de la autocensura periodística.

Elementos policiacos en un operativo.

Por ejemplo, ahora, en este mismo instante, mientras escribo estas notas, no me atrevo a mencionar fechas reales, ni lugares, ni nombres ni nada que se le parezca. Es un diario íntimo que podría convertirse en un arma de muerte.

Eso es lo que más “cala”, porque no se le puede decir a la gente lo que realmente pasa, porque tienes que falsear datos o no publicarlos, porque a pesar de que tú, reportero, sabes quiénes son los responsables de algunas muertes y tienes nombres y domicilios... Es ahí cuando la ley del narcotráfico se hace tan presente y cuando se impone.
Éste es un trabajo difícil, de mucha dedicación y también de precisión. Un error puede costarte la vida o, de perdida, un “levantón” que te deja medio muerto.

En el periódico cuidan mucho a los reporteros: físicamente, con chalecos antibalas y, en la edición, no se publican los nombres de los reporteros ni de los fotógrafos relacionados con notas sobre aquel tema.


Más adelante platicaré acerca de un personaje que ronda por el periódico, no se lo ve diario. Únicamente acude a la redacción cuando hay ejecutados. Lo apodan “W.” Es un reportero que dicen es el enlace directo entre los malos y los dueños del periódico en el que trabajo. Es el encargado de decir a los reporteros si deben cubrir o no tal o cual ejecución; obviamente, por mandato de los malos. Es uno que dice ser “reportero” y que nunca podrá salir de esa mafia. Sólo existe un camino para dejar todo a un lado y ése es la muerte...

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