Por: Abraham Torres
Como cada viernes les comparto un extracto del libro "autocensura", la bitácora de vida de un reportero, su nombre: Saulo.
Es fin de semana, gracias a Dios o, mejor dicho, fin de semana a secas: a ver qué nos depara el destino (con la ayuda del mero “Jefe” que está en los cielos, claro está).
Pensaba que a
estas alturas ya podría salir a tomar unos tragos en algún bar, de esos que
abundan en la ciudad. No es así. Todavía no me siento con la suficiente
confianza de circular por las calles de San Sebastián durante las noches. ¿Que
cuál es la razón? Si respondiera de inmediato diría que es la ola de violencia
que sigue acechando a este municipio.
Tan sólo ayer por
la tarde, a plena luz del día, ejecutaron a cuatro elementos de la Gendarmería.
Fueron más de treinta casquillos percutidos los encontrados en el lugar. Todos
de “cuernos de chivo”. Y a ésa, hay que agregarle una más: fue en la esquina de
donde vivo o, más bien, de donde vivía, porque sirva de paso decir que los
infelices encargados del hotel me cambiaron a otro de la misma empresa, “que
porque ya tenían todas las habitaciones rentadas para este fin de semana desde
hace mucho...” ¡Puras patrañas! Y yo que pensaba que por las tardes era más
fácil y tranquila la vida aquí... Me equivoqué, y tremendamente.
Es un desacierto
que no se me va a olvidar.
Elementos ejecutados por los narcotraficantes. |
He ido
comprobando que para los “narcos” no hay tiempo ni espacio; no hay nada... No
tienen reglas, sólo una encomienda que deben cumplir a la hora que sea, en el
lugar que sea: aniquilar a sus objetivos.
Lo que más
impacta es la forma tan precisa, callada y minuciosa en la que llevan a cabo
las ejecuciones. Nunca pensé que estaría escribiendo sobre esto, sobre lo que
he visto y sentido en torno a este tema.
Ellos, aunque duela
decirlo, son los “amos y señores” de San Sebastián. Entre ellos se matan; entre
ellos se pelean y se disputan el poder. No hay mayor autoridad que “los que no
tienen nombre”. Nosotros, los que no tenemos nada que ver en sus asuntos y que
sólo somos observadores, no deseamos que en algún tiroteo nos toque alguna bala
perdida que acabe con nuestras vidas.
Aquí no existe
otra ley más que la de no otear a nadie mientras manejas, no presionar el
claxon cuando los carros te hacen una mala jugada. Tampoco hay que hablar de
temas censurados en los lugares públicos y cerrados. Y, lo peor de todo, lo que
más me duele, es la ley de la autocensura periodística.
Elementos policiacos en un operativo. |
Por ejemplo,
ahora, en este mismo instante, mientras escribo estas notas, no me atrevo a
mencionar fechas reales, ni lugares, ni nombres ni nada que se le parezca. Es
un diario íntimo que podría convertirse en un arma de muerte.
Eso es lo que más
“cala”, porque no se le puede decir a la gente lo que realmente pasa, porque
tienes que falsear datos o no publicarlos, porque a pesar de que tú, reportero,
sabes quiénes son los responsables de algunas muertes y tienes nombres y
domicilios... Es ahí cuando la ley del narcotráfico se hace tan presente y
cuando se impone.
Éste es un
trabajo difícil, de mucha dedicación y también de precisión. Un error puede
costarte la vida o, de perdida, un “levantón” que te deja medio muerto.
En el periódico
cuidan mucho a los reporteros: físicamente, con chalecos antibalas y, en la
edición, no se publican los nombres de los reporteros ni de los fotógrafos relacionados
con notas sobre aquel tema.
Más adelante
platicaré acerca de un personaje que ronda por el periódico, no se lo ve
diario. Únicamente acude a la redacción cuando hay ejecutados. Lo apodan “W.”
Es un reportero que dicen es el enlace directo entre los malos y los dueños del
periódico en el que trabajo. Es el encargado de decir a los reporteros si deben
cubrir o no tal o cual ejecución; obviamente, por mandato de los malos. Es uno
que dice ser “reportero” y que nunca podrá salir de esa mafia. Sólo existe un
camino para dejar todo a un lado y ése es la muerte...
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