Portada del Libro "Autocensura". |
Por: Abraham Torres
Quisiera compartir con ustedes cada viernes, un extracto del libro autocensura escrito en el 2006 y presentado hasta el 2014.
Sentir el miedo a la violencia, presenciar la muerte y el temor a la venganza son las características que definen la vida de las personas que se atreven a ser observadoras y cronistas de las actividades delictivas del narcotráfico, como el autor de este libro, quien ha optado por utilizar el seudónimo Saulo.
Este libro ofrece al lector las reflexiones de Saulo sobre su aventura verídica, aunque autocensurada por razones obvias, en tierras donde abunda el delito. Esas experiencias pusieron en riesgo su vida y produjeron un cambio profundo en él.
Es importante informar al lector que los nombres de lugares y personas se han modificado, pero los hechos y las fotografías pertenecen a casos reales. El autor sabe que mantener la seguridad y la vida es fundamental, a pesar de su deseo de reportar sin censura.
El lector encontrará en estas páginas la experiencia de Saulo sobre el problema del narcotráfico y podrá ver desde otra perspectiva el riesgo que corren las personas cuyo interés es narrar la verdad a la sociedad. Las leyes de libertad de expresión son palabras en códigos legales que, en esencia, no pueden salvaguardar la vida.
Aquí una parte inicial de las vivencias.
14 de enero
La entonces llamada Policía Federal Preventiva. |
Hoy se cumplen
tres días desde de mi llegada a, digamos, San Sebastián, por decir un nombre de
una ciudad fronteriza a la cual debo encontrarle el modo, porque aquí viviré
por lo menos un año; un año que pienso será duro, difícil y con muchas adversidades
para llevar a cabo mi trabajo con profesionalismo, debido a las pugnas que
existen entre y con los narcotraficantes.
Si no mal
recuerdo, ayer fue la primera noche en la que pude dormir; de por sí, el hotel
en el que me estoy quedando no es el mejor que digamos y no ayuda mucho al
descanso personal.
Fue una noche en
la que incluso soñé. Llegué rendido y con ganas de que me abrazara la noche. Lo
conseguí.
A tan pocos días
de estancia con los sansebastianenses, me ha tocado enterarme y leer que han
sido ejecutadas más de ocho personas. Una de ellas era colaboradora de un medio
informativo; otros, elementos policiacos y dos más, una pareja, por cierto
joven, que desafortunadamente tenía deudas con la mafia.
Hablar de San
Sebastián es hablar de droga, de muertes, de inseguridad, de desconfianza total
en las personas; son sentimientos que se arraigaron desde no sé qué día de
enero de dos mil algo cuando un convoy de más de media docena de camionetas
llegó a esta ciudad para quedarse. Todas esas personas son conocidas como los
malos. Me callo el nombre, no vaya a ser la de malas.
Desafortunadamente
son más cosas malas que buenas de las que ahora puedo hablar. En la calle se
respira temor. Si llegas a un lugar, no puedes hablar del “narco”, de droga
y, mucho menos, exponer hipótesis o conjeturas que se tengan sobre esos temas.
Los
narcotraficantes tienen comprado a medio mundo aquí; no sabes si el taquero de
la esquina de donde está el periódico, el que vende los diarios en los cruceros,
el funcionario municipal, el agente aduanal o el policía aquel es alguno de
ellos u “oreja” de los gánsteres de San Sebastián.
La lucha entre los cárteles de la droga. |
Por lo que he
sabido, existen dos grupos que quieren lograr el control sobre la totalidad de
la franja fronteriza; unos vienen del poniente y los otros provienen del
centro. Entre ellos se disputan el territorio. Hay un grupo más, que todavía no
está bien identificado, al menos yo no lo sé, que está internándose poco a poco
aquí, lo que pone de manifiesto que los “plomazos” no van a terminar en un buen
rato.
***
Una lucha encarnizada entre el narcotráfico. |
Hablar de mi
bienvenida ya no tiene mucha relevancia. Basta decir que muy difícilmente se me
va a olvidar el día que escuché los balazos muy cerca de donde me encontraba.
Fue la primera vez que el oído se me agudizó para saber a ciencia cierta que se
trataba de detonaciones de arma de fuego. Para ser honesto, durante los días
que he vivido aquí, he tenido un sentimiento de miedo, de inseguridad... He
llegado a pensar que dejé el cielo por el infierno.
Sin embargo, mi
labor de reportero es lo que me motiva a seguir adelante. Me gusta mi
profesión, me gusta lo que hago y no lo pienso abandonar... Me ha quedado muy
claro que mientras uno no se meta con aquellas personas, no pasa nada. Me
reconforta mucho encontrar en la calle a los niños que regresan del colegio por
las tardes, a las amas de casa, a los profesionistas y a las familias completas
que salen a divertirse los fines de semana. Eso me da un respiro para pensar
que puedo seguir viviendo en esta ciudad de una manera pacífica o, al menos,
con un poco más de tranquilidad.